Megan Robbins, psicóloga de la Universidad de California y experta en estudiar cómo las interacciones sociales de la gente se relacionan con su salud y bienestar y sus colegas analizó fragmentos de conversaciones de personas que accedieron a grabar todas sus interacciones. Lo que observó es que en la mayoría de estas conversaciones no se deja mal a nadie; son más bien la transmisión de información neutra: la boda de un familiar, la enfermedad de un conocido, el cambio de trabajo de un amigo común.
Que la mayor parte sea neutro no quiere decir que no haya cotilleo o chisme negativo: este ocupa el 15% del tiempo de acuerdo, con los investigadores. Pero incluso este cotilleo negativo tiene una función. "Creo que cotillear puede ser inteligente”, dice Elena Martinescu, investigadora del King's College en Londres que ha estudiado el cotilleo en el lugar del trabajo. “Permite que la gente esté al tanto de lo que ocurre y forme alianzas con otras personas”, señala Martinescu en esta entrevista en NPR, donde recuerda que estamos diseñados para ello, desde una perspectiva evolutiva.
El estudio de Robbins explica que los hombres y las mujeres cotillean una cantidad de tiempo similar. Y los extrovertidos, como suponíamos, pasan más tiempo cotilleando que las personas introvertidas.
Otras investigaciones muestran que el cotilleo sirve para fomentar la cohesión social y la cooperación. Los chismorreos nos permiten estar al corriente de quién contribuye para el bien del grupo, quién está siendo egoista (y hacer algo al respecto). Puede servir, además para corregir errores. Si, por ejemplo, te llega un cotilleo sobre ti en el trabajo en relación a tu impuntualidad, puede tomar la señal que quizás nadie se atreva a darte cara a cara y ponerte las pilas. “Encontramos que el cotilleo negativo propicia que la gente repare aspectos de su conducta por la que se les critica”, señala Martinescu.
Investigadores como Robin Dunbar van todavía más lejos y señalan que el cotilleo cumple un papel importante para nuestra supervivencia. Nuestros primos hermanos los primates se despiojan para crear lazos, y nosotros chismorreamos.
De acuerdo con las investigaciones de Dunbar, he aquí una herramienta eficaz para difundir información valiosa a nuestras redes, y mantener los grupos sociales. Algunos académicos ven en el cotilleo la prueba del aprendizaje cultural y de lo que es socialmente aceptable.
Chismear tiene un impacto en el cuerpo y en el cerebro. Lo prueban estudios como este de 2015. Con la ayuda de escáneres cerebrales, los científicos encontraron que cuando la gente escuchaba cotilleos sobre ellos mismos, tanto positivos como negativos, mostraba más actividad en la zona del cerebro que nos ayuda a navegar las situaciones sociales complejas.
El estudio también descubrió algo que podría ayudar a entender el éxito de las publicaciones del corazón: cuando se les presentaban cotilleos sobre famosos, se activaba la zona relacionada con la recompensa en el cerebro de los participantes.
El cuerpo también diferencia entre participar activa o pasivamente en el cotilleo. Matthew Feinberg, experto de la Universidad de Toronto, exploró todo esto en un estudio de 2012 que indica que cuanto los participantes escucharon sobre el comportamiento antisocial de alguien o una injusticia, su corazón latía más rápido, mientras que si eran ellos los que exponían la situación el efecto era contrario, y producía un efecto de calma, lo que sugiere que el cotilleo ayuda a calmar el cuerpo.
Y otra cosa: las investigaciones de este autor también muestran que el cotilleo puede promover la cooperación al ayudar a difundir información importante (el ejemplo clásico: cuando la gente te dice que tu reputación te precede).
También dice algo sobre las relaciones que tenemos con los demás ya que, para cotillear, necesitas un cierto grado de intimidad. Por eso, algunas investigaciones muestran que puede ayudar a combatir la soledad. Además de unir a la gente, como ya decíamos, e incluso servir como una forma de entretenimiento (el filón de los programas de corazón, claro).
Dice el aclamado historiador israelí Yuval Harari en su libro Sapiens: de animales a dioses que el chisme es clave en la supervivencia de nuestra especie. “No es suficiente con saber dónde se esconden los leones y los bisontes”, escribió. “Es mucho más importante saber quién, en tu banda, odia a quién, quién es honesto y quién es un fraude”. La información sobre los individuos fiables (es decir, cotilleo) permitió a los humanos no solo sobrevivir sino expandir sus tribus. Las horas de cotilleo, argumenta Harari, permitieron a los humanos crear amistades y jerarquías, y esto, a su vez, establecer un orden social y una cooperación que es lo que nos distingue. El cotilleo nos hace lo que somos, dice Harari: una especie altamente cooperativa con estructuras sociales intrincadas.
Así las cosas tiene todo el sentido del mundo que nuestros cerebros estén estructurados para sacarle el máximo provecho. Científicos de las Universidades de Temple y Harvard descubrieron en 2017 que tenemos una zona en el cerebro que guarda algo así como un archivo de datos recabados sobre cada una de las personas que conocemos (el lóbulo anterior temporal o ATL, por sus siglas en inglés). Cuando alguien nos pregunta por nuestro primo segundo o por la exnovia de nuestra amiga, esta región se pone a trabajar para sacar a la luz toda la información posible sobre esa persona: estatus, rasgos, biografía, ocupación y, por supuesto, cotilleos, dice este artículo.
La peculiaridad es que en ese momento también se pondrán en marcha las relaciones con otras áreas del cerebro: por ejemplo, si ves a una persona haciendo el moonwalk, tu cerebro te llevará a Michael Jackson. Cuando más cotillees, más fácil te resultará rescatar información social.
Lo expuesto no significa que no haya cotilleos nocivos: el chismorreo malicioso y que no sirve a ningún propósito (como los comentarios sobre la apariencia física de alguien) no aportan ningún beneficio ni aprendizaje. Solamente daño que podemos (y debemos) ahorrar.