Todo estudiante de psicología aprende en los primeros cursos acerca de un experimento que sirvió para contradecir una creencia muy extendida hasta entonces: que si el bebé muestra apego hacia la madre es únicamente porque esta lo alimenta. En este experimento, un grupo de monitos tenía que elegir entre madre de fría de alambre pero que les daba leche, o bien a una madre suave de felpa sin alimento que les daba un sucedáneo de afecto. Si las teorías de los psicoanalistas y los psicólogos conductistas hasta la fecha hubieran sido correctas, los monos se habrían quedado con la madre que les daba alimento y no habrían hecho ni caso a la otra. Sin embargo, ocurrió justo lo contrario: las crías pasaban la mayor parte del tiempo con las “madres” de felpa, y además las utilizaban como una base segura a la que se amarraban cuando tenían miedo.
Estos experimentos —que, por cierto, hoy nunca se habrían podido llevar a cabo por la crueldad que implican— demostraron que la alimentación no es lo único, ni lo más importante, en la relación madre-hijo.
Para estudiar las diferencias en la calidad de la interacción entre madres e hijos y su influencia sobre la formación del apego, la psicóloga Mary Ainsworth desarrolló un procedimiento de laboratorio conocido como “la situación extraña”, un diseño experimental para mostrar la universalidad del apego.
En el experimento se usaban las respuestas del niño frente a separaciones muy breves de uno de los padres, y reuniones con él (o ella), para clasificar la organización de su apego en los tipos que vemos más abajo, en el punto 3. Estas etiquetas también sirven para catalogar los comportamientos de los adultos hacia sus seres amados en momentos de estrés.
Apego seguro. El bebé se angustia o llora y cuando la madre vuelve corre hacia ella y se tranquiliza. En el futuro, estos adultos se dirigen hacia seres queridos en busca de apoyo cuando tienen dificultades. De la misma manera, se sienten cómodos si alguien depende de ellos.
Apego evasivo. Muestra poca ansiedad durante la separación (a pesar de que las hormonas del estrés y las pulsaciones pueden estar disparadas), y poco interés cuando vuelven los cuidadores, porque están acostumbrados a que los ignoren. De adultos, tienden a ser personas con estilo evasivo, a las que les asusta la intimidad. Son suspicaces, escépticos y distraídos. Encuentran difícil confiar en los demás y depender de ellos.
Apego ambivalente. Muestra ansiedad en la separación pero no se tranquiliza cuando el cuidador vuelve. Se muestra rabiosa porque la mamá se fue. En el futuro, tienden a ser personas poco seguras, reacias a comprometerse y temerosas de que los abandonen.
Apego desorganizado. El niño se comporta de manera confusa, se paraliza. Este comportamiento es normalmente el resultado de situaciones en las que el cuidador amenazaba o abusaba del pequeño.
Las investigaciones muestran que entre el 40 y el 50% de los bebés tienen un apego inseguro a causa de experiencias con cuidadores ausentes, preocupados o que no prestaban atención, un porcentaje que coincide con el de divorcios en Estados Unidos. Esto es, precisamente, lo que advierten los psicólogos: las personas con un modelo de apego inseguro tienden a arrimarse a aquellos que cumplen sus expectativas, incluso si les tratan mal. Es decir, nuestro sistema de apegos ve las cosas en función de la experiencia que ha tenido en el pasado. Es algo así como cuando buscas en Google y el buscador te da la opción de auto-completar en función de lo que buscaste anteriormente.
¿Es posible escapar de este círculo vicioso? Sí. Programas como el de la New School for Social Research o el de la University of Delaware están consiguiendo que colectivos más vulnerables, como las madres adolescentes, cambien sus conductas de apego. Un programa de intervención llamado Circle of Security, con presencia en 20 países, también ha probado su efectividad.
¿Sabes cuál es tu estilo de apego? En este enlace puedes acceder a dos tests que te ayudarán a descubrir el tuyo.
Nada más fácil que replicar este experimento por tu cuenta. Después de tres minutos de una interacción nada fructífera con una madre ausente, el bebé entra en estado de ansiedad. Este experimento, que se hizo por primera vez en 1978, continúa siendo uno de los más replicados en el campo de la psicología del desarrollo, y se usa para analizar las diferencias en el estilo de apego de los bebés y los efectos de la depresión de las madres en sus hijos, entre otras cosas.
Se vincula con la lactancia materna, el colecho, tener al bebé en brazos o portear, prácticas que son muy compatibles con la teoría del apego y facilitan su establecimiento. Sin embargo, no hay que confundir ambas: la teoría del apego no estipula ninguna lista de requerimientos ni de prácticas que deban realizarse en particular.