“Dejando de lado los motivos, atengámonos a la manera correcta de llorar, entendiendo por esto un llanto que no ingrese en el escándalo, ni que insulte a la sonrisa con su paralela y torpe semejanza”, explicaba el escritor Julio Cortázar en sus Instrucciones para llorar.
El escándalo no parece buena idea, en efecto. Por otra parte, es un hecho que llorar también puede hacerte sentir muy mal. Si alguna vez te ha ocurrido delante de un profesor que te suspendió injustamente o de un jefe abusón lo entenderás perfectamente.
Cuando hablamos de las ventajas sanadoras de llorar, obviamente no nos referimos a situaciones como estas, en las que las lágrimas solo contribuyen incrementar el deseo de que se nos trague la tierra. No hay nada de redentor ni de catártico en esto.
Como señalábamos al principio en relación al concurso de plañideras en México, el llanto puede ser benéfico cuando se practica en entornos grupales, y los japoneses se han tomado en serio los hallazgos: en algunas áreas, hay “clubes de llanto” donde las personas participan en fiestas de sollozos catárticos.
Conservamos esta capacidad desde nuestro nacimiento (y es, de hecho, lo primero que hacemos al nacer) hasta el fin de nuestros días. Pero lo esperable es que este mecanismo se module a medida que se produce el desarrollo físico (ganando independencia) y también el desarrollo emocional (estableciéndose una contención).
Los psicólogos creen que el llanto se desarrolló a partir de vocalizaciones de animales. Los bebés y los niños que no tienen glándulas lagrimales plenamente desarrollados no pueden producir lágrimas visibles, pero lloran de forma audible para solicitar cuidados.
Durante la niñez y la adolescencia temprana, el dolor físico también es un desencadenante común de las lágrimas emocionales, que tienden a disminuir con la edad. A medida que envejecemos, las lágrimas emocionales se activan por una gama cada vez más amplia de sentimientos, como el dolor físico; el dolor relacionado con el apego; dolor empático y compasivo; dolor social y dolor sentimental o moral .
En sus estudios sobre el llanto, Bylsma encontró que la gente tiende a sentirse mejor después de llorar si recibe apoyo social mientras vierte las lágrimas. Las lágrimas que facilitan una mejor comprensión de la situación, o que suponen un paso hacia algún tipo de resolución son las que nos ayudan a sentirnos mejor. En contraste, como señalábamos antes, la gente que llora en un entorno social insolidario, como la oficina, tiene menos tendencia a sentirse mejor posteriormente.
Aunque Charles Darwin dijo que las lágrimas emocionales no tenían ningún propósito, hoy sabemos que facilitan la cohesión social, entre otras cosas.
Dos cosas quedan claras, no obstante: las lágrimas hacen mucho más que humedecer y proteger nuestros ojos de las bacterias. Y dos: de aquí a unos meses todavía nos harán falta muchos pañuelos.