El origen de este mito tan extendido y esperanzador se atribuye (falsamente) a William James, el famoso psicólogo norteamericano. James dijo en una conferencia que posiblemente una persona normal, en sus quehaceres cotidianos, no alcanzase a utilizar más que el 10 % de su potencial intelectual. Lo que James quiso decir es que la mayoría de nosotros no empleamos todos nuestros recursos mentales en nuestro día a día por muy diversas causas, pero no porque solo se use una pequeña parte del cerebro.
“Tanto en su anatomía como en las muchas funciones que expresa a lo largo de la vida del individuo, el cerebro requiere de su completa integridad”, escribe Mora. Si fuera cierto el mito, ¿qué podría justificar, biológicamente hablando, todo ese desperdicio de recursos? Porque, además, el cerebro humano resulta un órgano muy caro de mantener: su peso es de solo el 2 % del total del organismo, pero necesita consumir el 20 % del oxígeno total que respiramos para que se produzca la energía necesaria para su mantenimiento. Con estas premisas, ¿es posible pensar que la evolución haya sido tan torpe como para permitir ese enorme gasto de energía de forma tan inútil y permanente?
¿Por qué perdura, pues, este mito? Entre otras razones, nos da un amplísimo margen para mejorar intelectualmente, algo de lo más apetecible. El problema, tal y como apunta Mora, es que también esconde intereses espurios como la posible venta de métodos capaces de ayudarnos a alcanzar, sin demasiado esfuerzo, la utilización de un porcentaje más alto de ese increíble potencial.
El mito de que hay tareas que corresponden al hemisferio derecho y otras al izquierdo compite con el primero en popularidad. Esta teoría, sin ninguna base científica, sugiere que la parte derecha es la creativa y artística (y femenina), y la izquierda es la lógica (masculina).
"El cerebro está dividido en dos partes o mitades, que son los hemisferios, uno derecho y otro izquierdo. Sin embargo, no actúan por separado, sino al contrario. Ambos se encuentran conectados, física y funcionalmente, a través de una banda de fibras nerviosas, que se conoce con el nombre de cuerpo calloso", escribe Mora, que lo resume así: el cerebro funciona como un todo, debido a la constante transferencia de información de un hemisferio al otro.
El mito procede, probablemente, de las investigaciones del Nobel de Medicina Roger Sperry, que, para estudiar la función de cada uno de los hemisferios seccionó el cuerpo calloso, produciendo con ello la correspondiente desconexión entre ambos, explica el neurocientífico.
“La existencia de talentos y capacidades más afines o selectivas para las matemáticas que para el arte, o hacia las ciencias frente a las letras, no viene correlacionada con la dominancia funcional de uno u otro hemisferio, sino con el rendimiento de la función conjunta final de ambos hemisferios y de su interacción con el ambiente familiar y la cultura en la que viven”, escribe el profesor.
Este mito indica que algunas personas son capaces de leer la mente de otros (telepatía), adivinar el futuro (clarividencia) o mover objetos sin tocarlos (telequinesia). Nos encantaría, pero no. Estas capacidades proceden del pensamiento mágico, el miedo y el engaño. “No existe ningún estudio bien documentado y fundamentado en investigaciones sólidas, utilizando el método científico, que avale estos poderes mentales en el ser humano", escribe Mora.
Tranquilo, que no eres el único en creerlo. Un estudio realizado en el año 2005 en Estados Unidos mostró que el 41% de las personas adultas cree en la percepción extrasensorial, indica este autor. Otro estudio citado por Mora entre estudiantes estadounidenses que iniciaban la carrera de psicología mostró que el 73% de ellos creían en la existencia de la clarividencia.
Hace unos veinticinco años, la prestigiosa revista científica Nature publicó un trabajo en el que se proclamaba que estudiantes preuniversitarios que habían escuchado una sonata para piano de Mozart durante diez minutos aumentaron temporalmente su capacidad intelectiva de modo significativo. El trabajo tuvo una enorme repercusión pública, y de ahí el nacimiento de “el efecto Mozart”.
Con el tiempo, los resultados originales fueron distorsionados y exagerados hasta tal punto que se acompañaron de enormes ventas de juguetes y CD con música de Mozart. Y todo esto apoyado por padres ansiosos aumentar la capacidad de aprendizaje y memoria de sus niños.
En estudios posteriores se mostró que el “efecto Mozart” no solo aparece tras escuchar a Mozart sino también por otros tipos de música, incluso la más folclórica. Este efecto, de hecho, también se consigue tras la lectura de un pasaje de alto contenido emocional.
Dicho de otra manera: parece que cualquier tipo de estímulo ligeramente excitante, comparado con la monotonía del silencio, sería capaz de producir un "efecto Mozart" pasajero, tanto incluso como lo pudiera hacer, señalan algunos autores, una buena taza de café.
Por cierto que tocar un instrumento musical es una práctica en la que todo son ventajas: requiere tanto de la activación simultánea de áreas corticales sensoriales (tacto,audición y también visión) como de áreas motoras. Esto repercute de modo positivo en las habilidades cognitivas de los niños, en particular en el lenguaje y los procesos atencionales.
La levitación, levantar el cuerpo del suelo sin ayuda de ningún aparato o truco, es un mito. "Nadie ha podido constatar nunca la realidad de este fenómeno”, escribe Mora. Hay, sin embargo, muchas personas que, tras sufrir diversos tipos de experiencias (como un alto nivel de estrés continuado, bajo el efecto de ciertas drogas, o en el transcurso de ciertas vivencias cercanas a la muerte), han manifestado sentir un cuerpo ligero, como si flotara.
De la misma manera, hay enfermos que han sufrido durante un periodo de su vida cambios u oscilaciones importantes en su presión arterial que dijeron haber experimentado en estos episodios “no sentir el cuerpo”, o “salir de su propio cuerpo”, o incluso la sensación “de marcharse con el pensamiento, dejando atrás el cuerpo”. Otras experiencias manifestadas en la consulta o en el mismo quirófano y recogidas en la literatura médica son las de pacientes que han sufrido un traumatismo craneoencefálico o que en el quirófano, tras despertar de la anestesia, vieron su propio cuerpo sobre la mesa de operaciones desde el otro lado de la sala.
Estamos ante un fenómeno "subjetivo, una sensación nunca objetiva (nunca confirmada por observaciones hechas por otros y referidas con datos y pruebas contrastadas)". Dicho de otro modo, se trata de sensaciones cuyos fundamentos cerebrales se pueden replicar por la estimulación eléctrica de ciertas áreas concretas del cerebro de una persona despierta.
El símil de que el cerebro humano funciona como un ordenador se utiliza tanto en la vida cotidiana como en el entorno de la enseñanza de un modo, casi siempre, desafortunado, apunta Mora, que sostiene que esta semejanza sería válida solo cuando quedara reducida a decir que ambos, cerebro y ordenador, reciben entradas con información, ambos procesan esas entradas y ambos, también, emiten una respuesta final producto de ese procesamiento. Poco más.