A finales de los años 70, un joven identificado como George se hizo sacristán y se puso a las órdenes del vicario parroquial George Zirwas. De inmediato, el cura quiso ganarse no solo la amistad del joven, sino la de toda su familia que vio en la cercanÃa del cura una buena influencia para su muchacho. El mismo George decÃa que su madre veÃa al cura “como alguien elevadoâ€.
Zirwas empezó a llevar a Geroge de viaje y a pedirle que lo acompañara a sus asignaciones a visitar sacristÃas y a ver a sus compañeros seminaristas. Un dÃa lo llevó a la parroquia Munhall en la que le presentó en la rectorÃa a otros tres curas: el padre Francis L. Pucci, el padre Richard Zula y el padre Francis Luddy. Ellos empezaron a hablar de la necesidad de hacer una estatua de Cristo y le pidieron al joven que se subiera en una cama y se quitara la camiseta, luego haciéndole hacer una analogÃa con la cruz le pidieron que se quitara los pantalones y su ropa interior, en ese punto, los curas empezaron a tomarle fotografÃas con una Polaroid.
George no era el primero en posar para estas fotos. Los curas parecÃan tener una verdadera colección de cuerpos desnudos de jovencitos al punto de crear una red de pornografÃa infantil, que según lo revelarÃan posteriores investigaciones, no solo recolectaba imágenes de niños de esas diócesis sino de todo Estados Unidos. Tampoco serÃa el único en recibir un ostentoso crucifijo de oro en compensación de su actuación.
Las cruces colgadas en los cuellos de los menores cumplÃan en realidad otro espantoso propósito: eran una designación visible de que esos niños eran vÃctimas de abuso sexual y era señales evidentes para otros curas que sabÃan de este código de que esas eran vÃctimas vulnerables y susceptibles de ser abusadas.
En 1995 el padre fue puesto en una “licencia de ausenciaâ€, un descarado eufemismo que ha usado sistemáticamente la iglesia para registrar el retiro de curas cuyas prácticas de abuso sexual son incorregibles. Zirwas nunca perdió su ministerio, fue sacerdote hasta la muerte.
Los casos de abuso a menores de George Zirwas fueron guardados en miles de páginas en los archivos secretos de la diócesis que solo fueron revelados en su totalidad en 2016, cuando el Gran Jurado que condujo esta investigación, pidió tener acceso a ellos. Sin embargo, el cura murió en 2001 y tras su muerte cientos de páginas de estos archivos fueron eliminadas por los mismos superiores eclesiástico. Graves señalamientos han recaÃdo sobre el arzobispo Donald Wuerl, a quien se le acusa de haber protegido esta red de abusadores y de pornografÃa infantil cuando fue obispo de Pittsburgh.
Chester Gawronski se ordenó como sacerdote en 1976. Para 1987, sus vÃctimas podÃan escalar a más de 20, el dato lo recogió la propia diócesis de Erie que trabajó no para reparar, ni ayudar a las vÃctimas sino para que guardaran silencio.
El método de Gawronski para abusar a los pequeños era sencillo: les hacÃa creer que les estaba enseñando cómo realizar un examen para saber si tenÃan cáncer y les tocaba en sus genitales. A pesar de tener conocimiento de este comportamiento abusivo, confesado por el mismo cura, que proveyó a sus superiores con una lista de 12 vÃctimas sobre las que habÃa operado el ‘chequeo del cáncer’, la diócesis no hizo nada más que moverlo a un nuevo lugar.
Aunque otras cuatro denuncias se sumaron entre 1988 y 1995, en 1996 el obispo de turno, Donald W. Trautman, que para entonces estaba enterado de todo, aprobó la solicitud del cura para oÃr confesiones de personas con discapacidad. Ante esta asignación, de hecho, el obispo le mandó una carta a Gawronski en la que le agradecÃa por todo lo que habÃa hecho por la ‘gente del Señor’ en sus 20 años como cura. “Solo Dios sabe los múltiples actos de bondad de su parte y la profunda fe que ha mostrado. El señor, que ve en privado, recompensaráâ€, dice la carta.
Casi una década después, cuando las presiones de la prensa sobre la Iglesia Católica llevó a muchos obispos a tomar acciones, que Trautman enviarÃa una carta de 10 páginas al entonces cardenal Joseph Ratzinger, en el Vaticano, en la que se enumeraban todas las vÃctimas del cura Gawronski. En la misiva se identificaba un directorio de 44 niños abusados.
“Grawronski identificó, persiguió, y luego abusó de sus vÃctimas. Usó las tÃpicas maneras de manipulación con el fin de conseguir tener acceso carnal a los menores o cultivar potenciales nuevas vÃctimasâ€, escribió el reverendo Trautmant. La carta del reverendo fue necesaria para que Roma accediera finalmente a retirar a Gawronski de su ministerio.
Un dÃa, sin ninguna explicación evidente, al menos para sus feligreses, el cura AgustÃn Giella, que por 20 años habÃa pertenecido a la diócesis de Newark, pidió que le asignaran un cargo en un lugar nuevo.
Con las mejores referencias, Giella fue asignado a la iglesia evangelista Enhaut, en el condado de Dauphin, en 1988. Tan pronto llegó conoció a la familia Fortney que lo acogerÃa casi como un hijo y que crearÃa con él una estrecha relación que desbordarÃa incluso sus funciones de guÃa espiritual. Los Fortney tenÃan ocho niñas y un niño.
El accionar de Giella solo quedarÃa expuesto años después cuando, en 1992, los padres de una vÃctima, no contentos con denunciar ante la parroquia lo que le habÃa pasado a su pequeña, fueron a la policÃa que emitió una orden de cateo a la residencia del cura.
En el allanamiento, la policÃa encontró que Giella recolectaba muestras de orina de sus vÃctimas, ropa interior de las niñas que abusaba. La policÃa encontró además una colección de vello púbico puesto en bolsas identificadas por iniciales, toallas higiénicas femeninas usadas y fotografÃas de niñas en posiciones sexuales explÃcitas. Giella fue arrestado bajo los cargos de pornografÃa y abuso infantil.
Los padres Joseph M. Pease y Francis Bach tenÃan un bote aparcado en la bahÃa de Chesapeake a donde llevaban a sus jóvenes vÃctimas, las emborrachaban o sedaban y les practicaban sexo oral. Los dos curas eran, en realidad, miembros de un extenso grupo abusadores conformado por párrocos, todos de la diócesis de Harrisburg, que se pasaban de unos a otros la información de sus vÃctimas para compartirlas y abusarlas entre ellos.
La primera vez que se hizo pública una denuncia sobre las andanzas del padre Pease fue en 1995, cuando un hombre de 36 años se acercó a la diócesis a denunciar los abusos sexuales de los que habÃa sido vÃctima entre 1971 y 1973 cuando tenÃa 13 años.
Pero lejos de hacer que el cura perdiera su posición en la comunidad y dentro de la iglesia, la única consecuencia que tuvo esta y otras denuncias que fueron emergiendo en su contra fue que a Pease lo mandaran a un “centro de tratamiento de la iglesiaâ€.
Para estos años, la iglesia empezó sus planes de utilizar centros como el Saint John Vianney Center, en Downingtown, Pennsylvania, el Saint Luke Institute en Maryland; y el Servants of the Paraclete, en Nuevo México.
Estos eran lugares a los que se enviaban los curas señalados de haber cometido abuso a recibir tratamiento, pero lejos de contar con especialistas, el tratamiento se suscribÃa casi completamente a los propios reportes hechos por los curas, evitando cualquier diagnóstico relacionado con abusos sexuales de menores y con cualquier acusación de pedofilia.
Pero estos lugares, sobre todo, servÃan para lavar el historial de los curas acusados, lo que permitió que cientos de agresores conocidos por la iglesia regresaran al ejercicio de su ministerio y fueran asignados a parroquias y colegios a pesar del riesgo que representaban para la comunidad.
Pease salió del centro de tratamiento y se mantuvo activo hasta 2002, cuando después de las investigaciones del Boston Globe, se levantó tanta atención sobre su caso, que la iglesia se vio finalmente forzada a hacer que Pease resignara a su posición.
En 1991, una madre reportó que su hija finalmente le habÃa confesado que su profesor de catecismo la habÃa violado repetidas veces entre 1961 y 1973. La primera vez la sentó en sus piernas en el salón de clase y la tocó inapropiadamente. A la edad de 7 años, cuando ella descansaba en un hospital porque le habÃan removido las amÃgdalas, el cura que le resultaba cercano a la familia entró a visitarla y aprovechó su estado de debilidad y la violó. A la edad de 13 años, el cura fue a visitar la casa de la menor en la ausencia de sus padres y volvió a violarla. A la edad de 19 años los abusos siguieron. La vÃctima intentó cometer suicidio.
Ese fue el punto de quiebre que llevarÃa a la familia a descubrir la gran tragedia que habÃa sobrellevado en silencio y sumida en la vergüenza la menor. Cuando en 1991 se reportó a la diócesis de Harrisburg lo ocurrido, los altos clérigos enviaron a Beeman a uno de sus ‘centros de recuperación’.
Beeman admitió las acusaciones y declaró que tenÃa un "profundo amor" por esta vÃctima. Dijo que “ella todavÃa estaba en su mente†y sin ningún asomo de culpa dijo que “todavÃa estaba enamorada de ella". El cura mantuvo fotos de la menor y entregó a los funcionarios diocesanos un gran retrato enmarcado de la menor, y una serie de fotografÃas que mantuvo en portarretratos de diferentes tamaños.
A pesar de que Beeman finalmente confesó haber abusado sexualmente de siete niñas, la iglesia decidió no retirarlo del ejercicio de su ministerio, porque aseguró que “Beeman debÃa vivir una vida de oración y penitenciaâ€.