En esta foto, el cardenal Juan Jesús Posadas Ocampo yace en su auto al lado de su chofer, Pedro Pérez Hernández.

Salto a la fama


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Por CASTO OCANDO Y MARÍA ANTONIETA COLLINS

Hasta principios de 1993, la vida de El Chapo Guzmán se desarrollaba activamente en el trasiego de drogas usando un entramado de empresas fachadas, testaferros y contactos gubernamentales que tenían un solo objetivo: mantener un bajo perfil en el mundo del narcotráfico mexicano mientras acumulaba el poder necesario para independizarse.

Uno de sus centros de operaciones era la ciudad de Guadalajara. Allí controlaba varias propiedades y negocios, entre ellos la abarrotera “La Tapatía”, una tienda de aparejos y suministros agrícolas que servía de fachada para ocultar las ganancias obtenidas por la venta de cocaína.

Para entonces, el Chapo todavía no era considerado una figura de trascendencia dentro de la competida jerarquía de los capos mexicanos. Pero a pesar de su bajo perfil público, El Chapo era muy visible para otros rivales en el negocio, como los hermanos Arellano Félix.

Las rencillas entre El Chapo y los Arellano Félix habían escalado desde fines de mayo de 1992, en una lucha por el control de las rutas de la droga. A fines de ese mes un carro bomba enviado por los hermanos estalló en una propiedad del Chapo en Culiacán. Cinco meses más tarde El Chapo se salvó de milagro de otro atentado en las calles de Guadalajara.

EL MOMENTO CÚLMEN LLEGÓ EL 24 DE MAYO DE 1993, EN EL AEROPUERTO INTERNACIONAL DE GUADALAJARA

La represalia vino casi de inmediato. El Chapo ordenó un feroz ataque contra los Arellano Félix mientras se encontraban en una discoteca de Puerto Vallarta, el 8 de Noviembre de 1992. Los hermanos pudieron salir ilesos por los ductos del aire acondicionado. Pero la guerra a muerte estaba jurada.

El momento culmen llegó el 24 de Mayo de 1993, en el Aeropuerto Internacional de Guadalajara. El Chapo planeaba realizar un viaje ese día para ampliar sus relaciones políticas buscando protección de alto nivel.

Sin que lo supiera, el Chapo venía siendo seguido de cerca por un equipo de sicarios contratados por los hermano Arellano-Félix, que habían viajado a Guadalajara para dirigir personalmente las pesquisas.

Coincidencialmente o no, tras semanas de seguimiento, los capos de Tijuana y sus sicarios habían decidido abandonar la ciudad ese mismo día. De repente, a las 3:45 de la tarde un traqueteo de ametralladoras AK-47 en el estacionamiento desató el pánico entre los peatones del aeropuerto.

El Chapo Guzmán cuando fue capturado después de la muerte del cardenal. A la derecha, el carro que utilizó y la pistola que le decomisaron.

Momentos antes el Chapo Guzmán había llegado a la terminal conduciendo un Buick blindado color verde, acompañado de seis guardaespaldas, para salir en un vuelo de Aeroméxico. Tras estacionar su vehículo frente a la entrada de la terminal, El Chapo se sorprendió cuando escuchó los disparos.

“!Corre, corre, porque hay gente armada!”, le gritó uno de sus guardaespaldas, Antonio Mendoza Cruz. Instintivamente, El Chapo se lanzó al piso y comenzó a gatear apresuradamente hacia el interior del aeropuerto, huyendo de la balacera protegido por Mendoza Cruz.

En ese momento, se produjo una secuencia de acontecimientos que catapultó el estatus del capo de Sinaloa. A poca distancia del vehículo blindado de El Chapo, se había estacionado un vehículo color blanco, con un destacado pasajero: monseñor Juan Jesús Posadas Ocampo, cardenal de Guadalajara, una poderosa figura de la Iglesia Católica mexicana.

Cuando escuchó el tiroteo, el cardenal trató de salir del automóvil, pero en instantes se encontró rodeado por dos sicarios. Sin mediar palabras, uno de los gatilleros descargó una ráfaga sobre la humanidad del cardenal Posadas. Otro sicario disparó a quemarropa a su chofer, Pedro Pérez Hernández.

En medio del ataque, dos ocupantes del automóvil de El Chapo también resultaron acribillados. El Chapo logró escapar hábilmente, corriendo hacia las correas de equipaje. Cuando alcanzaron la pista de aterrizaje, el Chapo y su guardaespaldas huyeron al descampado aprovechando la confusión.

El asesinato del cardenal Posadas pasó a las primeras planas. Y lanzó a la fama la figura de Guzmán Loera, al convertirlo en el hombre más buscado de México. Su rostro, hasta entonces desconocido para el público, comenzó a aparecer a diario en la televisión y en los periódicos de todo el país.

El asesinato puso de relieve la existencia de grandes carteles del narcotráfico en México, algo que hasta ese momento no existía en la conciencia colectiva de los mexicanos, aseguró el investigador Héctor Moreno Valencia.

“Es después del asesinato del Cardenal Posadas cuando las autoridades nos empiezan a decir que hay grandes capos, y nos dicen que uno se llama Joaquín Guzmán Loera, alias El Chapo Guzmán”, precisó.

El Popeye y Antonio Mendoza, dos de los sicarios rivales que se enfrentaron en el aeropuerto de Guadalajara.

En medio del shock generalizado, el gobierno de Carlos Salinas de Gortari ordenó una masiva cacería. El gobierno ofreció cinco millones de dólares de por información que condujera a la captura de aquellos a quienes consideraba responsables: El Chapo Guzmán, su socio El Guero Palma, y los Hermanos Ramón y Benjamín Arellano Félix.

Basándose en el testimonio de uno de los sicarios implicados en la balacera, el Fiscal General de México, Jorge Carpizo, concluyó que los matones habían confundido al Cardenal Posadas con El Chapo Guzmán.

La versión oficial fue respaldada en un informe escrito cinco meses después por la Agencia de Inteligencia del Pentágono (DIA): “Los hermanos Arellano-Félix, basados en Tijuana, intentaron asesinar a Joaquín Guzmán en el Aeropuerto de Guadalajara. En su lugar, mataron equivocadamente al Arzobispo de Guadalajara, el cardenal Juan Jesús Posadas Ocampo”.

LA VERSIÓN OFICIAL FUE QUE LOS MATONES DEL CARTEL DE TIJUANA HABÍAN CONFUNDIDO AL CARDENAL CON EL CHAPO.

La Iglesia Católica, sin embargo, puso el grito en el cielo cuando escuchó la versión del fiscal. El magnicidio no fue producto “ni de balas perdidas ni de fuego cruzado”, clamó el Cardenal Juan Sandoval Iñiguez. “Fue intencional, fue directísimo, lo dijo el forense, y lo dejó escrito también”, puntualizó.

El clero católico desarrolló una hipótesis controversial: el asesinato no había sido accidental, sino producto de una conspiración política para acallar la actuación crítica del cardenal católico.

El abogado de la curia, José Antonio Ortega, asegura que múltiples evidencias apuntan en esa dirección. Entre ellas, menciona conversaciones de Posadas con el alto gobierno mexicano para advertirle sobre conexiones de importantes políticos con carteles de la droga de Colombia y Perú.

El investigador Moreno Valencia apunta a otro elemento de sospecha: la facilidad con que el Chapo Guzmán escapó de la escena del crimen.

Cuando comenzó la búsqueda de El Chapo Guzmán no se tenía ningún registro de su cara, y los retratos hablados distaban mucho de su verdadera figura.

Tras huir de la balacera, El Chapo se refugió en el fraccionamiento de Bugambilias, a unos 20 minutos del aeropuerto. De allí se movió con escoltas a Tonalá, en las afueras de Guadalajara, donde poseía un rancho.

Esa misma tarde el Chapo salió por vía terrestre a la capital mexicana, llegando a las tres de la madrugada del día siguiente. Pernoctó por casi diez días en el Hotel Flamingo, al sur de la capital, hasta que obtuvo un pasaporte ilegal a nombre de Jorge Ramos para viajar a la frontera de Guatemala.

En medio de la masiva persecusión, el Chapo puso en práctica lo que mejor sabía: pagar por protección policial y política. Finalmente salió a Guatemala el 4 de junio, acompañado de su novia María del Rocío del Villar Becerra y varios guardaespaldas.

Su plan era atravesar territorio guatemalteco y llegar a El Salvador. Pero sus días en libertad estaban contados.

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