Sharon tiene 18 años y cada mañana sube al autobús que la lleva a la escuela
con su mochila colgada en la espalda y en ambas manos, la silla para bebés donde viaja
Brigitte, su hija de siete meses. La bebé la acompaña durante sus jornadas
en la secundaria pública
COPE Center North, en Miami, a la que solo asisten adolescentes madres con sus hijos
o aquellas que están a punto de serlo.
“En mi familia nadie me habló de cómo usar un condón si tenía
novio”, recuerda la joven proveniente de Honduras. En el séptimo grado le hablaron
“solo de las partes del hombre y la mujer” pero no de cómo cuidarse y
protegerse de un embarazo precoz o de enfermedades de transmisión sexual. “Cuando
comenzaron los dolores de parto sentí miedo, pero también alegría: quería
verla ya”.
Sharon huyó de la violencia a los 13 años y tomó el riesgo de cruzar caminando
la frontera de Estados Unidos por dos razones: “Por las gangas [las pandillas], que
sabían que mi familia vivía fuera y no nos podían ver vestidos bien
ni con zapatos nuevos [a mi hermano y a mí]” y porque extrañaba a sus
padres.
La detuvieron. “No recuerdo dónde fue, solo sé que ya había cruzado”.
Pasó tres meses en un centro de detención de Texas y luego viajó a Miami
a reencontrarse con su familia, que no veía desde hace tiempo.
“Salí de mi país de 13 y llegué a Miami a punto de cumplir los 14,
un mes me faltaba”.
Poco después, Sharon conoció a un chico con el que empezó a salir, quedó
embarazada y se convirtió en madre a los 17 años.
“Él me dijo que me iba a ayudar, que le iba a poner a la niña el apellido.
Pero nunca mandó nada. No me habla, ni pregunta por ella”.
“Pero sí somos amigos en Facebook”.
“Comencé a faltar a la escuela, me empezaba a crecer la barriga. Me sentía sola,
me enojaba por todo, me ponía a llorar. Nada más salía cuando tenía cita
con el doctor, me daba vergüenza, cogía el bus y aun así la gente me miraba raro”,
le cuenta Sharon a dos amigas de origen hispano con las que está almorzando en el comedor.
Sharon se inscribió en esta escuela, que ofrece el “programa de oportunidades continuas
para una educación con propósito” (Continuing Opportunities for a Purposeful
Education), cuando la niña cumplió los tres meses. El objetivo de estos centros educativos
es satisfacer las necesidades educativas, sociales y médicas de madres y niños, según
lo indican en su página web. Mientras las jóvenes estudian, sus bebés son cuidados
y atendidos por profesionales, sin ningún costo.
Sharon recuerda que el primer día de clases le enseñaron que los niños tenían
horarios para comer, le indicaron cuáles insumos debía llevar (pañales, biberones,
ropa, juguetes) y le explicaron los cuidados que recibiría Brigitte. Cuando le daba pecho,
tenía permiso para salir del aula. “A veces la escuela me presta un
car seat (silla) para viajar en el bus y si la niña se enferma o tiene picadas, quienes
la cuidan me alertan para que le dé los medicamentos que necesita”.
De las estudiantes que asisten a la escuela Cope North 52% son afroamericanas, 45% hispanas y 3% blancas.
Esto puede apreciarse claramente en lugares como el comedor de la escuela, donde Brigitte suele juntarse
con sus compañeras a la hora del almuerzo.
“Pasé un año sin estudiar. No sabía que esta escuela existía. ¿Acaso
afuera dice escuela para madres embarazadas jóvenes?”, les pregunta. “A mí
me la recomendaron en mi escuela anterior”, dice otra de las chicas. “Me explicaron que
había otra opción si no quería quedarme ahí. En ese
high school había muchos escalones y la gente a uno lo mira diferente. Además
del peso y la barriga, hay muchos niños y los maestros no te tratan, no te comprenden. Aquí
sí”.
Al terminar de comer, Sharon corre a ver a su hija. En el colorido salón lleno de cunas y juguetes,
Miss Lopez y Miss Lazare cuidan a tres bebés cada una. De la pared cuelgan: una cartelera
con el título
Mommy and me (Mami y yo) con fotos de alumnas y sus hijos; un cartel que indica que solo se
permiten 10 minutos de
“bonding time” (vinculación afectiva y emocional), y otro que dice: “La
vida se trata de cometer errores y aprender de ellos”.
Brigitte se emociona cuando ve a su mamá. Se abrazan, juegan. Diez minutos después, Sharon
distrae a la niña para poder abandonar la habitación, rumbo al salón de clases.
Sharon todavía lucha para asimilar el idioma. “Me bajaron dos años cuando llegué.
Aprendí mucho inglés al principio pero cuando mis padres se separaron, ya no me importó
(seguir aprendiendo). Ahora me voy a graduar a los 21 años”. La joven pasa todo el día
en el colegio con su hija y por la tarde toma el autobús rumbo a la casa donde vive con su
padre y hermano (el abuelo y el tío de la bebé). “Al llegar, si me toca cocinar
cocino, limpio y a dormir. Todos los días lo mismo. Paso con mi hija 24/7”.
“Cuando voy por la calle y veo a otras jóvenes de mi edad. Pienso que si lo hubiera prevenido
estuviera así como ellas. Estuviera en 12 grado, no me hubiera quedado. Se me hiciera más
fácil cocinar y atender a la casa. No me sintiera tan rara saliendo sola. No puedo hacer muchas
de las cosas que hacía. Me quita mucho tiempo. Ahora es normal que deje todo a la mitad”.
Katherine, de 17 años, juega con su bebé de cinco meses en la guardería de su escuela para madres adolescentes, Cope Center North, en Miami. Es de Nicaragua y vino a Estados Unidos hace cuatro años. Quedó embarazada en high school; cuando el bebé nació, se fue a vivir con el padre del niño y al poco tiempo se casaron. Viene todos los días a la escuela con su bebé y estudia para ser asistente médico. Almudena Toral/Univision Digital
Aida es nicaragüense, tenía seis meses de embarazo y 16 años de edad cuando comenzó
a estudiar en la COPE Center North. “Cuando Lea (su hija)estaba en mi barriga, yo no sabía
qué tenía que hacer como mamá. No sabía ni cambiar un pañal”,
cuenta mientras recorre los pasillos de la escuela. Allí le enseñaron a amamantar y
le explicaron cómo tenía que cuidar a su hija, cómo sería el parto. “Cuando
mi hija nació todo el miedo se me fue”.
Llegó a Estados Unidos en avión cuando era chiquita, con su mamá. A los 13 años
conoció a un novio que la incitó a fumar crack. Después de dos sobredosis descubrió
que estaba embarazada. “Fui a chequearme a ver si tenía alguna enfermedad venérea
o VIH, y ahí me lo dijeron. He vivido muy rápido. Es como
I've been there, done that”.
Al enterarse de la noticia dejó la calle y a su novio y consiguió ayuda en esta escuela.
Toda su familia está en Nicaragua y su mamá no tiene muchos amigos aquí. “Pero
en mi barrio todos son nicaragüenses, entonces
todos hablan. Cuando me gradúe y salga de mi casa con
cap and gown (toga y birrete)
I'm gonna feel powerful (me sentiré poderosa)”.
Aida hace referencia a los chismes porque sabe que continuarán ahora que está embarazada
por segunda vez. “Después de Lea, en realidad no pensaba que iba a tener otro bebé.
Pero, todo tiene su consecuencia y hay que tomar responsabilidad. El papá de este baby está
conmigo y sé que no anda en cosas malas. Va a ser diferente la cosa”, espera la joven
de 18 años que asegura que nunca pensó en abortar: “Me parece cobarde, la salida
fácil”. En esta escuela se siente a salvo, no se siente diferente. “Todas estamos
en la misma situación, nadie se puede juzgar”.
Las estudiantes que acuden a esta y otras secundarias que ofrecen el programa COPE o TAPP (Teen Adolescent
pregnancy and Parenting Program) tienen permitido quedarse hasta que se gradúen. Pueden inscribirse
desde que tienen pocos meses de embarazo, en cualquier momento del año escolar, y hasta que
sus bebés cumplan los 4 años de edad. La COPE Center North cuenta con una matrícula
promedio de 150 estudiantes y 108 bebés, y tiene capacidad para 300 inscritos. Las clases
tienen entre 10 y 25 estudiantes y la asistencia oscila entre el 70% y el 89%.
Si estás en Estados Unidos, eres adolescente y estás embarazada o tuviste un bebé
recientemente y deseas continuar con tu educación, existe un gran número de escuelas
que ofrecen el programa COPE (Continuing Opportunities for a Purposeful Education) o TAPP (Teen Adolescent
pregnancy and Parenting Program).
En 2013 se registraron un total de 273,105 nacimientos de madres adolescentes, entre las que se incluyen
todas las menores de 20 años, independientemente de su estado civil. Según el National
Vitals Statistics Report, publicado en enero de 2015 por los Centros para el Control y la Prevención
de Enfermedades (CDC), la tasa de natalidad entre los 15 y los 19 años se ubicó en
26.5 nacimientos por cada 1,000 adolescentes,10% menos que en 2012 y 57% menos que en 1991.
Datos del
Guttmatcher Institute indican que la razón principal de esta reducción es que se
ha incrementado el uso de anticonceptivos entre los jóvenes. Las cifras también indican
que están esperando mucho más para tener sexo: en 1995, el 19% de las mujeres y el
21% de los hombres tuvieron sexo antes de los 15 años. Entre 2006 y 2008 esos números
disminuyeron a 11% y 14% respectivamente.
Aun cuando las cifras más recientes muestran una baja significativa en comparación con
20 años atrás, las tasas de embarazo adolescente en Estados Unidos continúan
ubicándose entre las más altas de los países del primer mundo.
La reducción, además, ha sido desigual entre los diferentes grupos raciales. Todavía
hay muchas barreras por superar, en especial cuando se pone la lupa sobre la comunidad hispana.
En 2013, la tasa de natalidad entre adolescentes hispanas de 15 a 19 años fue de 42 nacimientos
por cada 1,000 jóvenes, 10% menos que en 2012 y 60% menos que en 1991. Aún así,
la cifra es significativamente mayor a la nacional y también supera la de adolescentes de
otras razas: afroamericanas no hispanas (39), indias americanas o nativas de Alaska (31), blancas
no hispanas (19) y asiáticas o isleñas del Pacífico (9).
The National Campaign estima que aproximadamente una de cada cuatro adolescentes en Estados Unidos queda
embarazada al menos una vez antes de cumplir 20 años. En adolescentes hispanas, la proporción
es de una entre cada tres.
El embarazo adolescente y la maternidad traen consigo costos sociales y económicos sustanciales
que impactan de forma inmediata y en el largo plazo sobre los padres y sus hijos.
En 2010 The National Campaign analizó los costos públicos federales, estatales y locales
que representan para los contribuyentes estadounidenses el embarazo adolescente y sus hijos, y estimó
que llegan a un total de 9,400 millones de dólares.
La mayor parte de los costos de la maternidad adolescente están asociados a consecuencias negativas
para los hijos, como el aumento de los gastos de atención de salud y crianza; la alta probabilidad
de crecer en una familia monoparental y tener un bajo desempeño en la escuela, y el riesgo
de que sean encarcelados durante la adolescencia.
En el estudio
The Public Costs of Teen Childbearing también se destacan los ingresos fiscales que se
pierden debido a los bajos salarios de las madres y su limitado nivel educativo.
Además, el embarazo y la crianza de los niños contribuyen de manera importante al número
de deserciones escolares entre las niñas. Solo el 50% de las madres adolescentes recibe un
diploma de secundaria antes de cumplir los 22 años de edad, comparado con un 90% de las mujeres
que no se convirtieron en madres durante la adolescencia, según se afirma en la publicación
académica
Diploma Attainment Among Teen Mothers (Child Trends)
Liany Arroyo, directora de acuerdos de The National Campaign to Prevent Teen and Unplanned Pregnancy,
asegura que los principales factores que explican la alta tasa de natalidad entre las adolescentes
hispanas son el bajo nivel socioeconómico y educativo, en especial en materia de sexualidad,
la ausencia de cobertura de seguro de salud, y la falta de acceso a los anticonceptivos. Pero no
son los únicos.
“El idioma y el hecho de ser inmigrantes son otras dos barreras que enfrenta la comunidad hispana.
Ambas explican algunos de los factores que mencioné anteriormente”.
La otra explicación es la dificultad que supone para las familias latinas hablar de sexo. “Los
padres no saben qué decir porque sus padres tampoco hablaron con ellos sobre el tema. Más
que un asunto cultural, la razón del porqué no hablan con sus hijos es que tampoco
saben mucho del tema. Hay una falta de información y educación tanto en adolescentes
como en los padres de los adolescentes”, profundiza Arroyo.
La doctora Lisa Romero, investigadora de la División de Salud Reproductiva de los CDC, explica
que las tasas de nacimientos en adolescentes son mayores en las áreas rurales que en los centros
urbanos y que ese factor geográfico afecta a todos los adolescentes sin importar la raza.
Romero coincide en asegurar que la falta de educación, los bajos ingresos de la familia, la falta
de oportunidades de desarrollo en la comunidad y la segregación por vecindario y nivel socioeconómico
también contribuyen a la alta incidencia del problema entre la comunidad hispana.
La falta de acceso y uso de los servicios de salud reproductiva son otro factor determinante. “Datos
recientes del National Survey of Family Growth destacan una disminución en el uso de los servicios
de salud reproductiva entre adolescentes mujeres, particularmente entre las más jóvenes,
hispanas, con menor nivel de educación y sin cobertura de seguro de salud”, explica
Romero.
Pero no todo es pesimismo. Para encontrar una solución al embarazo adolescente que sea sostenible
en el tiempo hay que tomar nota de las buenas cifras. Los datos actuales señalan que las tasas
de natalidad adolescente se encuentran en su nivel más bajo desde 1990.
Romero, quien tiene años de experiencia trabajando en estrategias de prevención, confirma
que esta disminución se debe a que hay menos adolescentes sexualmente activas.
Otra de las razones es que las que ya son sexualmente activas están usando algún método
de prevención de embarazo. Específicamente, el 43% de las adolescentes entre 15 y 19
años ha tenido sexo, y 4 de cada 5 adolescentes usó anticonceptivos la última
vez que tuvo sexo.
El detalle está en que menos del 5% de los adolescentes usan los métodos más efectivos.
La mayoría de los adolescentes emplean píldoras anticonceptivas y condones que, si
no se usan de manera correcta y sistemática, son menos eficaces para prevenir embarazos.
“Los dispositivos intrauterinos (DIU) y los implantes, también conocidos como anticonceptivos
reversibles de larga duración (LARC) son los métodos más eficaces para prevenir
el embarazo en adolescentes. Son fáciles de usar y altamente efectivos: menos del 1% de quienes
lo usen podrían quedar embarazadas, mientras que la probabilidad con las píldoras es
del 9% y con los condones del 18%”, explica Romero, doctora en salud pública de la Universidad
de California, Berkeley.
Los DIU pueden durar entre tres y 10 años y los implantes hasta tres años. Ambos deben
ser colocados por un proveedor de atención médica. Son más costosos al principio,
pero más baratos a largo plazo. Romero destaca que el costo y acceso a los DIU y LARC no debería
ser una causa del embarazo adolescente sino una barrera que se debe superar para prevenirlo.
“Muchos adolescentes saben poco acerca de los LARC y piensan erróneamente que no pueden
usarlos por su edad. La información es escasa, no saben que son seguros y efectivos para las
adolescentes, ni cómo se colocan y se remueven”, sostiene Romero.
Otra buena noticia es que, según Arroyo, los adolescentes señalan a sus padres como las
personas que más influyen en sus decisiones sobre el sexo y las relaciones personales. Aunque
la creencia es que los adolescentes no los oyen, lo cierto es que sí lo hacen. Y no solo los
escuchan, sino que siguen sus recomendaciones.
“Los padres tienen un rol muy importante en la prevención del embarazo adolescente y muchos
no lo saben. Siempre se habla de tener ‘la conversación’, pero lo cierto es que
no se trata de una única conversación. Son muchas conversaciones que deben ir evolucionando
a medida que el niño crece. Y no todas son sobre sexo, sino también sobre valores,
cómo es una buena relación de pareja, la importancia de no apresurarse, la abstención
como una opción válida y los métodos anticonceptivos, entre otros temas”,
finaliza Arroyo.
Sitios como la COPE Center North de Miami, donde Sharon y Aida –y cientos de hispanas más-
rehacen sus vidas y recuperan sus sueños, son invaluables. Pero el ideal sería no necesitarlos.
Y eso es lo que una buena educación y un diálogo franco lograrían según
todos los expertos.